La verdadera comprensión global de la liturgia -y esto se aplica también a la realidad en su conjunto- no es sólo un proceso intelectual. Al fin y al cabo, la persona no está formada sólo por la razón y la voluntad, sino también por el cuerpo y los sentidos. En consecuencia, aunque no se entienda cada uno de los textos de una liturgia celebrada en lengua sagrada -excluyendo, por supuesto, las lecturas bíblicas y la homilía-, todo el acontecimiento – el canto, el mobiliario, los ornamentos y el lugar sagrado, siempre que den expresión adecuada a la celebración – toca la dimensión más profunda del hombre de un modo mucho más directo de lo que pueden hacerlo las palabras comprensibles. A diferencia de la época [pasada], esto es mucho más fácil hoy en día, ya que quienes asisten a Misa ya conocen la estructura del rito y los textos que se repiten en la liturgia, por lo que cuando asisten a una Misa en latín saben bastante bien de qué se trata.
Por lo tanto, que se deba rechazar el latín como lengua litúrgica porque no se entiende no es un argumento convincente, sobre todo porque, a pesar de todas las dificultades que conlleva la traducción, la liturgia en lengua vernácula no debe ser abolida. Sólo que, como dice el Concilio Vaticano II, tampoco se debe abolir el latín.
Por otro lado, ¿cuál es la situación de la “participatio actuosa”, es decir, la participación activa de los fieles en la celebración litúrgica? El Concilio prescribe que los fieles deben ser capaces de cantar o recitar las partes que les corresponden también en latín. ¿Es demasiado pedir? Si se piensa en lo familiar que son las palabras de los textos del Ordinario de la Misa, no debería ser difícil reconocerlas detrás de las palabras latinas. ¿Y cuántas canciones inglesas o estadounidenses se cantan y entienden de buen grado, aunque estén en un idioma extranjero?
En definitiva, la “participatio actuosa” significa mucho más que un mero hablar y cantar juntos: es más bien hacer propia, por parte del cristiano que participa en el servicio, la misma disposición íntima del sacrificio al Padre, en la que Cristo se dona al Padre. Y para ello es necesario, en primer lugar, lo que Johann Michael Sailer ha definido como el idioma fundamental de la Misa.
En este sentido, el Misal en latín también es necesario desde el punto de vista práctico: el sacerdote que viaja a países cuya lengua no conoce debe poder celebrar la Santa Misa también allí, sin verse obligado a hacer acrobacias lingüísticas indignas de una liturgia.
En resumen: hay que desear que el Misal Romano en latín esté presente en todas las iglesias.
Traducción tomada de aquí.
Texto original en alemán aquí o aquí (págs. 192-196)