Con las reformas indicadas [la comunión bajo las dos especies de pan y vino] se han hecho más vivos y transparentes el signo del convite eucarístico y el cumplimiento omnímodo al mandato de Cristo. Pero, al mismo tiempo, la participación más plena de la celebración eucarística, significada por la comunión sacramental, ha suscitado en algunas partes, durante los últimos años, el deseo de volver al uso de depositar el pan eucarístico en la mano de los fieles, para que ellos mismos, comulgando, lo introduzcan en su boca.
Más aún, en algunas comunidades y lugares se ha practicado este rito, sin haber pedido antes la aprobación de la Sede Apostólica, y a veces de manera que les ha faltado a los fieles la oportuna preparación.
Es verdad que, según el uso antiguo en otros tiempos, se permitió a los fieles tomar en la mano este divino alimento y llevarlo a la boca por sí mismos, y también, en tiempo antiquísimo, llevar consigo el Santísimo desde el lugar en que se celebraba el sacrifico, principalmente con el fin de aprovecharse de él como Viático en el caso de tener que luchar por la confesión de fe.
Sin embargo, las normas de la Iglesia y los documentos de los Padres, manifiestan con abundancia la máxima reverencia y la prudencia suma con que se trataba a la sagrada Eucaristía. Porque “nadie… como aquella carne sin adorarla antes”, y, al asumirla, se amonesta a todos: “…tómala, y estate atento para que no se te pierda nada”. “Porque es el Cuerpo de Cristo”.
Además, el cuidado y el ministerio del Cuerpo y la Sangre del Señor, se encomendaban de modo verdaderamente peculiar a ministros sagrados u hombres designados para eso: “Después que el presidente terminó las preces y todo el pueblo hizo la aclamación, los que entre nosotros se llaman diáconos, distribuyen a cada uno de los presentes para que participen de ellos, el pan y el vino con agua, sobre los que se dieron gracias, y los llevan a los ausentes”.
Por eso, el oficio de llevar la Eucaristía a los ausentes fue luego confiado exclusivamente a los ministros sagrados, para asegurar mejor la reverencia debida al Cuerpo de Cristo y servir al mismo tiempo a la necesidad de los fieles. Andando el tiempo, después de estudiar más a fondo la verdad del misterio eucarístico, su eficacia y la presencia de Cristo en el mismo, bajo el impulso ya de la reverencia hacia este santísimo sacramento, ya de la humildad con que debe ser recibido, se introdujo la costumbre de que el ministro por sí mismo depositase en la lengua de los que recibían la comunión una partícula del pan consagrado.
Este modo de distribuir a la santa comunión, considerando en su conjunto el estado actual de la Iglesia, debe ser conservado no solamente porque se apoya en un uso tradicional de muchos siglos, sino principalmente, porque significa la reverencia de los fieles cristianos hacia la Eucaristía. Este uso no quita nada a la dignidad personal de los que se acercan a tan gran Sacramento, y es parte de aquella preparación que re requiere para recibir el Cuerpo del Señor del modo más fructuoso.
Sagrada Congregación para Culto divino – Instrucción Memoriale Domini – 29 de Mayo de 1969